Había un olor a carnicería, a cuerpos muertos, descomponiéndose.
Y había un cuerpo desnudo, con algunas pequeñas zonas verdes
presionando por traspasar las piernas completas, los brazos.
El pelo era de muñeca, un pelo plástico como suplantando el que sí pudo
haber tenido antes.
Los hombros y sus huesitos eran tan fríos, más fríos que el congelador
en que la habían tenido esas horas, era un frío que te entraba por las yemas y
llegaba directo al pecho.
Pero siempre lo más sorprendente, después de tus hombros, habían sido
la venda que cubría todo tu pecho, parecía un poco exagerada, pero cuando la
moví, despacito, no exageraba, cubría toda la herida que habían hecho en medio
de tus costillas, en tu esternón para que no explotara todo tu cuerpo en
sangre, para que no tuviera que llenarlo todo.
Ahora, ya no importaba si te habían cosido bien o mal, porque ya la
sangre no iría a ninguna parte, venía el proceso natural de podrirse, de los
gusanos que llenarían tu cuerpo para encontrar vida aún dentro de tus órganos.
Taller LEA Chile 2015
(Podrías haber sido sólo un texto impactante, sonoro. Pero en realidad es algo que necesito soltar, un recuerdo que me duele cargar)
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