Ella me dijo que fuiste el amor de su vida,
que te eligió, que te vio brillar, un aura te circundaba el cuerpo. Siempre
supo que serías tú, y qué harías en su mundo precario envuelto de rojos y
dorados. Ella siempre se pudrió a la misma rapidez que se incendiaba, un fuego
único incinerándose de dentro hacia todos lado, pero siempre brillaba,
quemándose, ardiéndose.
Me habló de tus raras cualidades y por qué
en la realidad dejó de amarte, pero algo hiciste que siempre te guardó y te
defendió de sí misma, te protegía sin darse cuenta, un poco para cuidarme de
paso a mí de nosotras mismas ¿qué hiciste para que se fuera? ¿qué hiciste para
que te dejara?
Le gustaba pensarse fuerte y le gustaba ser
mujer, aunque hubiera preferido ser hombre. En el fondo siempre lo fue, me
celaba como un padre y me cuidaba como tal, que la intemperie no me tocara
nada, que ni tú ni el mundo me alcanzara.Fuimos una sombra invisible de todas
mis animaciones japonesas.
Tenía. Tengo, un vacío, un espacio
implantado a contraviolencia de mi simple entendimiento, y quisiera no haberme
sentido infinitamente sola, los recuerdos no serían en sepia, los colores no se
resquebrajarían, la angustia no sería la protagonista de todo esto. Yo me
sentía sola y buscaba una excusa para llenar ese trozo.
Abrí la puerta de tu pieza, no habían
cortinas, no habían manchas, sólo estabas. Te vi de lejos, confiada y entregada.
Y todo se volvía tenue, brillante, calipso
y resplandeciente. Cómo describir toda la pena y el alivio de verte allí como
antes y llena de cambios, no pude decirte nada, estabas linda con tu cabello
más castaño, largo, y sonreías tranquila. Estabas ahí para mí, para decirme que
todo estaría mejor, de alguna forma tú y todos estaríamos mejor después del
fracaso intento de sobrevivir.
Me decías que te abrazara, o yo corrí
esperanzada por sentir tu olor, encontrar tus brazos delgados y tus hombros
duros, la piel que me acunó hace años. Encontrarte de nuevo en todas tus formas
y asirte a mí propio destino, hilarte a los pasos que doy en el día, volver a
llamarte y pedirte menudencias. Una revista, o unos lápices, y escuchar los
cuentos que inventabas para entretenerme, todas las cosas que nos conformaron y
amarraron, incluso escuchar esa historia que no te gustó contarme.
Yo aún no tengo palabras para explicarte
que sé cómo justo en ese momento te cruzaste conmigo. A través de otro lugar
por mi desesperación de nunca más verte, no creas que soñaste con tu hija, no
pienses que estática soñabas que vivías,
más bien yo me voy muriendo todos los días para quedarme contigo.
Editorial Moda y Pueblo
Colección de poesía 2014
Siútico/Plaquette
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