Hace cerca de tres semanas perdí mi pañuelo favorito.
Y es de las peores cosas que me han pasado en este tormentoso tiempo, es terrible porque sin saberlo mi vida dependía en gran medida de ese pañuelo, me cuesta elegir la ropa todos los días porque me va a dar frío en mi laaaargo cuello y todo se torna un dilema "¿Me pongo esto o lo otro?" y entre eso, estoy perdiendo tiempo valioso que podría usar en cualquier otra cosa como ordenar, escribir, escuchar a mi abuelita, acariciar a mis perros, hacerme un té con mejor sabor, quizá maquillarme, etc, etc.
Se ha convertido en una crisis porque definitivamente los cambios son un proceso tan natural como de mierda, tener algo y de un día a otro perderlo, que ya no sea parte de tu vida algo pequeño y esencial el cual te hace no sólo tener una vida más cómoda sino también mejor.
El pañuelo, para mi desgracia se ha graficado como la enumeración de las pérdidas que he asumido estos últimos años, incluso una pérdida de mí misma, asumir que no soy la adolescente que tenía tooooodaaaa la vida por delante y que podía hacer todo aquello que se cruzaba por mi cabeza. Maldito pañuelo, he tratado de suplirte con los cientos de otros pañuelos que cuelgan de la manilla de mi closet, y ningún se asemeja a tus colores, a tu tamaño, a tu suavidad o calor.
Me ha quedado pensar en uno nuevo ¿Pero y el cariño especial que le deposité? es como pensar ¿y todo ese cariño que no entregué? qué pasa con todo eso que me dejé guardado y que no dí. Me quedé llena de una energía que aún me cuesta dirigir hacia otra dirección. Odio las pérdidas, no por el cambio mismo, sino más bien porque nadie te prepara para perder algo, o alguien. Nadie te avisa, nada te alista a saber qué hacer con todo lo que se queda rondando esa figura.
He optado, de manera un poco trágica, recordar a ese pañuelo de una bonita manera, pero he preferido dejarlo ir, mal que mal nunca va a volver.
Así son las pérdidas.
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