lunes, 2 de abril de 2012

Aviéntame



“Dijo Maria: - Yo soy la servidora del Señor;

 hágase en mì lo que has dicho”

Estación uno: Dios me vomita al caos.

Siniestra contorsión de mi columna. Vértebras superpuestas en desorden. El nacer añorando.

Perfección del mundo sólo oyendo invisible.

La nena reptando el piso en cuclillas.

Observando.



Estación dos: Cuando el apogeo de las nubes me revuelve los ojos.



Puerta. Niños a mi vuelta.

Redibujar las horas jugando a mentir. Descubro como el mundo se redobla, se mal-maniobra, se pudre y se retoca.



Estación tres: La figura paterna se derrite. Y la madre se divide



Guardar en la almohada las angustias de no saber.

De nunca decir adiós. De no adjudicarnos comprensión para adultos.



Quinta estación: Ajustarme la idea del cambio que nunca muta.

Encontrar más que sólo pájaros. Plasmarme en letras ínfimas. Sublimes.

Las arterias enfermizas se engullen al amor. Al des-amor, al sobre-amor.



Mientras cuarta: la estación del desecho



Cuando te ves y me descongojas de saber lo irremediable. Porque el camino te tragó, te disolvió y nunca volviste.

(Que bonito tango bailado de a dos, en medio de tus piernas mayúsculas)



Sexta estación: comenzar el abandono



Miro y acicalo remordimientos nuevos. Apareces tan radiante y completamente íntegra en el vacío que encierra mi pieza.

(Te muestro mis calzones sin respuesta)

(Mírame, mírame, mírame)



Siete: Sácate de en medio:

 Pujo lágrimas, pujo ironías, pujo trapecios de infancias rotas. Te pujo para aparecer en el desfallecerme. Porque estas en toda la transparencia de tus manos trisadas, de tus pupilas fijas. De tus dientes pulcros. De la cátedra perdida.

Octava estación: Oscilas en tantearme.

Tocas las caderas.

Se mojan mis sueños, se mojan mis alas, se mojan todas las teorías del futuro perfecto.

Te mojas, te humedeces.

Permaneciendo a mis ancas.



Estación y media: El bendito quiebre



Te sufro. Te lamento. Zafarte y patear las insignias enterradas en mi pecho. Mitigar el complot de quererte, de no haber jugado con mis dedos.

Porque no aprendo, porque no, porque no puedo, porque me desendulzo en la espera del dolor a tu lado. Del estrellarme y quedarme en la rajadura de tus venas e incrustarte en mi ombligo.

Novena estación: La marea se recoge y devuelve algo moreno

 Al manchar la piel pútrida de mis ajenjos. La calidez de la carne. El verde en que hay más opciones. (Que ya no vales).  Me enamoro y me duele (por haber pedido tanta compañía)

Qué manera de sazonar esta historia. Transversal me calaste todo. Me calaste toda, dentro tan dentro. Más dentro. Más despacio y más tierno.



Décima: Duodécima y transgécima.



¿Cómo tanto salar mis lágrimas? Cómo perforar tan vasto y tan fondo.

Ya no, ya no, o quizás, o ya no, o podría, pero ya no.

No quisiera, sin embargo ya sabemos



(Estación once intermedia: te descubro desde siempre

 Sangre propia, mi entereza pálida, sólida, tan sólida, tanto y tan lejos y tanta distancia. Árboles arrancados de las fauces del cosmos, horas delimitadas por millones luz)

Duodécima estación:

Menos peso en una conciencia poco cuerda. Menos habría sido tan bueno. No se acepta el duro credo de lacerarme en tu dios utópico, en mi dios bueno.

Porque nunca me odiaste mas que yo a ti.

Cielos naranjos de luces amarillas. Garúa suave.

Un cruce lamentable apaisado y los pecados en medio. Yo no quería para que me quisieras. No fue el paraíso, era ser buena cría.

Yo no quería, ser buena, ser cría.

 Yo no quería para que me quisieras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario